martes, 24 de junio de 2014

Un Cuento de Navidad

Se sabe. Mi Viejo ha sido, quien me enseñó en silencio. Hombre de pocas palabras. Poco demostrativo. Ariano hasta en la manera de respirar, me dejó en su ejemplo y manera de comportarse muchas lecciones que hoy toman vida, y recobran actualidad, en especial, en esta época de celebración donde todos nos confundimos en abrazos, saludos emotivos, reflexiones alusivas, y demás.

Cuando transitaba mi adolescencia, pasamos las fiestas en el campo, en la casa de mi tía Chicha, en  Moquehuá, una localidad de la Provincia de Buenos Aires, cercana a Chivilcoy.

Mis primos más chicos, habían recibido sus regalos de Navidad, y jugaban con ellos, con un disfrute que invitaba a jugar con ellos, cosa que hice, sin ningún tipo de vergüenza. Pelotas, Paletas, Juegos de Mesa, adornaban el árbol navideño.

Uno de los chicos, había venido desde otra ciudad cercana, y era el nieto del hermano de mi tío negro, y se notaba una diferencia, de vestimenta, trato y habla, que marcaron al resto y cortó el aire. El nene, traía consigo un regalo impecable, único, que llevó la atención de todos, en especial de los más chicos, porque realmente atraía. Se trataba de una Metralla, de gran dimensión, y color similar a las de combate, con sonidos reales, mira telescópica, láser y recarga automática. Un lujo, que ni Rambo había soñado. Claro que esta criatura, ni de casualidad soltaba esa pieza que cautivó todas nuestras miradas, aún la mía, y la cosa empezó a tornarse un tanto…complicada.

Nosotros, éramos visitantes y no podíamos interceder en intereses familiares ajenos, pero la verdad que hasta mi Tío Negro, que era un Santo, se calentó con el mocoso, porque no largaba la prenda. Empezaron los cuestionamientos. “Porque no le prestas a Juan Manuel, si siempre usas sus juguetes..??” pero nada. El pibe estaba firme y parecía que nada ni nadie le sacaría su arma.

Hasta que mi Papá, sin hablar, solo en un rincón del campo, se fue hasta al lado de una alambrada, y arrancó uno de las espigas de pasto más largas y de gran porte, y comenzó a disparar, emitiendo sonidos impresionantes. Confieso que hasta yo, que lo conocía me quedé helado. Los pibes dejaron de hacer todo lo que estaban haciendo, y se fueron acercando mientras mi viejo, seguía tirando tiros, hasta que el que no largaba prenda, le preguntó qué estaba haciendo. Mi viejo, le respondió sin mirarlo (era un maestro en eso), y le dijo sin dejar de disparar: “esta es un arma súper secreta. Dispara rayos láser a los marcianos, y no la tiene nadie más que yo”. El pibe tiró al piso la metralla única e impecable y le rogó a mi viejo, que le dejara tirar con esa espiga de pasto….

El mejor regalo de aquella Navidad, fue el mío. Mi viejo me regaló un pedazo de Humildad y grandeza que guardo en mi corazón desde aquel día.

Feliz Navidad. Paz y Bien


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